¿Qué hora es?
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13 octubre, 2020
Columna escrita por Jokin Azketa
Hace mil años, la primera vez que llegué a El Chaltén, el pueblo era aún poco más que unas cuantas casas, que sobresalían desperdigadas entre el ripio, y la inmensidad de hierba calcinada que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Las calles, urbanizadas pero sin ocupar, esperaban polvorientas a sus moradores pero sin distraer la vista de las montañas que cierran completamente el horizonte por el oeste, unas enormes moles que impresionan profundamente por sus muros de granito y que quitan el aliento por su belleza.
Creo que lo que más recuerdo de aquella primera visita, fueron los hongos de nieve helada que rematan las cumbres de muchas de ellas y que, bajo los rayos del sol, brillan como si fueran diamantes. Dicen los que entienden de esto del alpinismo que, perdida para siempre la magia de los “ochomiles”, -alejados éstos de la importancia que tuvieron para la historia de la exploración y el descubrimiento- y tristemente abandonados a merced de tinglados comerciales, es en las montañas más bajas y remotas -o en las grandes paredes lisas de gran dificultad- donde se juega la verdadera gran partida de este deporte y donde ahora se miden el compromiso, la ética, el estilo y el valor.
En marzo del 2019, un californiano de 25 años, Jim Reynolds, escaló en solo integral los 1.500 metros de la vía Afanassief, hasta colocar sus pies sobre la cumbre del Fitz Roy. Pero, lo que hace más singular -más irrepetible tal vez- y desde luego más memorable la hazaña, es que destrepó o desescaló -dos verbos que no existen- por el mismo itinerario por el que había ascendido y sin ayuda de la cuerda, guiándose a veces por las manchas de magnesio y teniendo que buscarlas cuando anocheció, con la ayuda de la lámpara frontal...
Pienso en Magnone y en Terray que escalaron esta montaña por vez primera en el año 52. Según contaron, sufrieron vientos de hasta 200 kilómetros hora que en esta parte del mundo no son extraños y que pugnaban por arrancarles de la pared. Es esta una montaña que sin duda construye mitos y puede que héroes y me gustaría ver las caras de sorpresa de aquellos pioneros, ante el cambio de los tiempos, la evolución de las metas alpinísticas y la mentalidad para alcanzarlas... Reynolds, declaró a un diario argentino:
"Escalar en solitario es mi manera de expresarme y de estar en relación total con la naturaleza. Las de El Chaltén son las montañas más lindas que vi en mi vida (seguramente el adjetivo lindas salió de la boca del traductor argentino) La situación de estar solo en la montaña es de un belleza extrema... "
Detalle de la escalada de Jim Reynolds. Foto / Tad MacCrea. Fuente: Rolando Garibotti (Publicada en Wogu. Cultura de Escalada)
Lionel Terray y Guido Magnone en el Fitz Roy el año 1952 (Publicada en Chaltén Hoy)
Por mi parte, pienso que sin duda volveré a esta esquina del mundo que adoro. Siempre me gusta imaginar el lugar en pleno invierno, cubierto por una capa de nieve constantemente azotada por el viento, hasta convertirse en hielo reluciente, en una placa de extraordinario brillo a la que es imposible mirar sin entornar los ojos -de tanta luz- en días de sol y cielo limpio.
Sería un sueño pasar allá unos cuantos meses y escribir la historia de otro norteamericano que llega queriendo repetir la hazaña de Reynolds, pero durante su estancia suceden cosas extrañas, tanto, que enrarecen el aire que todos respiran.
No sé si llegaré a hacerlo, esta historia imaginada hace tiempo que me ronda por la cabeza... Ojalá pudiera instalarme en El Chaltén durante un tiempo largo de días cortos y fríos, bajo la bóveda celeste que lo mismo puede hacer que me sienta a salvo, como irremediablemente solo y expuesto a todo...
RECOMENDACIÓN BIBLIOGRÁFICA