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El Nómada

Publicat per / Publicado por Eliseu T. Climent at 11 noviembre, 2020
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Columna escrita por Eliseu T. Climent y publicada en la revista Vèrtex, de la Federació d'Entitats Excursionistes de Catalunya (FEEC)

Dejó la casa y el trabajo. Se marchó ligero de equipaje. Una bicicleta negra de acero, dos alforjas de cuero, ropa, una libreta y una cámara fotográfica. Era el año 1962, tenía 22 años. Bajo de estatura, de mirada incisiva, apuntaba las experiencias, los encuentros y los lugares de paso. Estos últimos, tanto sobre papel como sobre los tubos de la bicicleta: las ciudades importantes, en los principales; los lugares secundarios, en los tubos de segundo orden. Transcurrieron las décadas y no dejó de pedalear sin prisas y, muy a menudo, con un rumbo cambiante. Tenía todo el tiempo del mundo, y así circunvalo tres veces el planeta. Heinz Stücke pasó por Barcelona en 2006 y tuve la suerte de compartir una mañana con él. Lo que para mí se resumía en un estado de excepción, el nomadismo, para Heinz había convertido su condición existencial. Hace dos años, lo visité en una casa prestada a las puertas de París. Tenía 73 años. El nómada había sedentarizado y no se encontraba. Necesitaba moverse. Pasé dos días. Su vida se condensaba en una minúscula habitación: una cama, la pesada bicicleta negra de acero, cajas de mapas, un archivo con más de 100.000 diapositivas, apuntes y reflexiones colgados en la pared, fotografías, postales, listas de contactos escritas a mano y mapas dibujados con cada una de sus rutas. Todo, absolutamente todo, paredes y techo, estaba forrado de estos elementos tan heterogéneos e inconexos como sus propios pensamientos.

El-Nomada-01-G

Dormí en el suelo, dentro de su cámara biográfica, la cavidad craneal del nómada. Desde mi saco, me obsesiona la idea que aquellas cuatro paredes, que hacía años que no veían la luz del día, contenían un planeta entero, episodios de la historia contemporánea vividos en propia piel y, sobre todo, el sentido profundo de la itinerancia.

Heinz es la encarnación del cazador-recolector, sin techo fijo, o del ser humano en su estadio primigenio. Su alma es errática, impregnada de movimiento continuo. En la deambulación, el nómada vive. Por el contrario, el sedentario, cuando se desplaza temporalmente fuera de su contexto, viaja. La travesía, el viaje, la escapada, a la que todos, tanto vosotros como un servidor, somos adictos, comportan en su sentido intrínseco un origen y un destino; un inicio y un final. Representan lapsus o islas en medio de una vida estática. Licencias existenciales y contrapuntos temporales que nos hacen vibrar en momentos puntuales de nuestra existencia.

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Son parcelas de tiempo planificadas, bloqueadas en la agenda. Trabajamos con antelación. Planificamos, cerramos etapas, reservamos billetes. Nuestra voluntad es escapar al funcionamiento rutinario del día a día. Lo hacemos, aparentemente. Preparamos la mochila o las alforjas para unos días de austeridad: meter lo necesario e imprescindible, tan relativo según personas. Ordenadamente, todo toma su lugar, pero curiosamente éste se replica cada mañana del viaje, de manera rutinaria, cuando volvemos a montar el rompecabezas de nuestro equipaje; como también replicamos gestos y actos, horarios y rituales. No podemos hacer más: con o sin compañía, construimos una sociedad, un orden regulador de la existencia. Somos así, robinsones de nuestro tiempo.

El-Nomada-03-G

RECOMENDACIÓN BIBLIOGRÁFICA

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