Dejó la casa y el trabajo. Se marchó ligero de equipaje. Una bicicleta negra de acero, dos alforjas de cuero, ropa, una libreta y una cámara fotográfica. Era el año 1962, tenía 22 años. Bajo de estatura, de mirada incisiva, apuntaba las experiencias, los encuentros y los lugares de paso. Estos últimos, tanto sobre papel como sobre los tubos de la bicicleta: las ciudades importantes, en los principales; los lugares secundarios, en los tubos de segundo orden. Transcurrieron las décadas y no dejó de pedalear sin prisas y, muy a menudo, con un rumbo cambiante. Tenía todo el tiempo del mundo, y así circunvalo tres veces el planeta. Heinz Stücke pasó por Barcelona en 2006 y tuve la suerte de compartir una mañana con él. Lo que para mí se resumía en un estado de excepción, el nomadismo, para Heinz había convertido su condición existencial. Hace dos años, lo visité en una casa prestada a las puertas de París. Tenía 73 años. El nómada había sedentarizado y no se encontraba. Necesitaba moverse. Pasé dos días. Su vida se condensaba en una minúscula habitación: una cama, la pesada bicicleta negra de acero, cajas de mapas, un archivo con más de 100.000 diapositivas, apuntes y reflexiones colgados en la pared, fotografías, postales, listas de contactos escritas a mano y mapas dibujados con cada una de sus rutas. Todo, absolutamente todo, paredes y techo, estaba forrado de estos elementos tan heterogéneos e inconexos como sus propios pensamientos.