POR SUS ACTOS LOS CONOCERÉIS
Texto y Fotografías: David Fajula
Artículo publicado en la revista Muntanya número 915
Casi 200 km separan el santuario de Queralt, en el Berguedà, del castillo de Montsergur, ya en la Ariège. Una ruta de diez días a pie o a caballo, o bien seis días en bicicleta, siguiendo los pasos de los cátaros, que hace 700 años huían de las persecuciones asfixiantes a las que estaban sometidos. Cruzaron el Pirineo buscando una vida en paz, pura y frugal, alejada de materialismos innecesarios. De forma más o menos austera, hoy podemos retomar este viaje histórico que une los dos Prepirineos.
Atardecer en Bellver de Cerdanya, en el valle del Segre. Un lugar bien especial en el camino de los Bons Homes
Los cátaros, conocidos también con el nombre de albigenses, aunque a menudo ellos mismos se hacían decir bons homes, formaban una confesión religiosa cristiana con unos sólidos fundamentos morales, representados a través de una vida espiritual rica, diametralmente opuesta al valor que daban los elementos materiales. Estos ideales extremadamente austeros, junto con una concepción dualista -basada en el bien y el mal- y la práctica del consolament o bautismo por imposición de las manos como único sacramento, generaron recelo en la Iglesia católica de los siglos XII y XIII, que veía como cerca de Roma brotaban movimientos difíciles de controlar. Las posteriores cruzadas, las primeras en tierras cristianas, pacíficas al principio y no tan pacíficas posteriormente, generaron el exilio de miles de refugiados religiosos hacia Cataluña, que llegaban desde Occitania. Cientos de hombres y mujeres que se establecerían principalmente a la Cerdanya, Alt Urgell y el Berguedà, y en menor número en el Solsonès, Lleida, Siurana, Barcelona, las tierras del Ebro o incluso Teruel.
El pantano de la Baells, un embalse que pertenece al río Llobregat, por donde rodea la ruta
ENTENDER NUESTROS PASOS: DEL SANTUARIO DE QUERALT AL CASTILLO DE MONTSEGUR
Esta emigración norte-sur hace que la ruta, desde un punto de vista catalán, comience de forma inversa al exilio cátaro. El santuario de Queralt, que nos acerca a la ciudad de Berga, es el punto de partida hacia las montañas del Prepirineo catalán, la sierra de Ensija y los Rasos de Peguera, que representan la mayor parte de la primera etapa del GR-107 , que termina en Gósol, escoltada por el castillo a la izquierda y por el Pedraforca a la derecha, el mejor escenario de llegada que podríamos pedir.
Sólo dejar el santuario de Queralt, el camino se estrecha y en ciertas zonas se convierte en un pedregal un poco expuesto, escoltado sólo por la abundante y frágil vegetación de principios de verano, que crea una sensación de falsa seguridad. Este no es un camino llano, nunca lo ha sido. Nos encontramos en una ruta de exilio. Desde Queralt la ruta se reanuda discurriendo al pie del Pedraforca, y hace que en estas dos etapas en forma de C, bordeamos la emblemática montaña de tres cumbres para llegar a Bagà, desde donde nos dirigiremos al norte para dejar ya el Berguedà a través del Pendís (1.782 m), la antigua entrada a la Cerdanya, hasta que en el siglo XX se abrió la collada de Toses.
Caminos de frontera, entre la Cerdanya y la Ariége
Cuando nos encontramos en este punto, es un buen momento para mirar atrás y ver que no fue sólo la Iglesia católica quien empujó a cientos de cátaros a cruzar los Pirineos. La monarquía francesa también estaba interesada en poner fin a aquel estilo de vida, y sobre todo a extinguir la influencia de los condes de Tolosa, rivales de Francia y comprometidos con el catarismo. Obligados a dejar las tierras francesas, los cátaros encontraron refugio en tierras catalanas gracias a nobles como los señores de Bretós (Berga) o de Pinós (Bagà y Gósol). La ruta está llena de elementos que contextualizan la historia, algunos son notorios y permanentes, como las sierras del Cadí y el Pedraforca, que ya estaban aquí hace 700 años. Otros, aparecen y desaparecen de forma sutil. En mi camino particular, una hoja de laurel en la puerta de la iglesia de Bagà me recuerda que esta no es sólo una ruta que se pueda contabilizar con kilómetros y desniveles acumulados.
Bellver de Cerdanya representa una parada muy especial. Por lo que hemos hecho hasta ahora, y sobre todo por lo que nos queda por delante. La próxima etapa que empieza a poco más de mil metros de altitud, cruzando un río Segre que se dirige hacia el oeste, y que hace los últimos kilómetros en territorio catalán con el collado de la Portella Blanca (2.268 m) como colofón geográfico. En este collado se encuentran la frontera catalana, la andorrana y la francesa, y es el punto más alto del camino de los Bons Homes o GR-107.
La próxima etapa -la primera íntegramente en territorio francés- comienza en el pequeño pueblo de Porta, deslumbrante cuando los árboles tienen el color del otoño. A continuación sube hasta el collado de Pimorent donde, cuando el día se acorta, podemos encontrar esparcidas de forma errática flores de azafrán, que se alzan sobre unos prados que, en esta época del año, pierden la intensidad de sus verdes de forma gradual. Entre el Ospitalet y Merenç encontraremos por primera vez el río Ariège, nacido en fuente Negra, en la Alta Cerdanya, conductor de unas aguas que atraviesan prácticamente toda Francia de este a oeste. Un hipotético barco de papel que zarpara desde aquí arriba llegaría en el océano Atlántico, a la ciudad de Burdeos, previa incorporación por la derecha en el Garona, cerca de Toulouse.
Acs es otro de los núcleos de paso, nuestro y del río, del departamento francés de Ariège en la región de Midi-Pyrénées, conocido por ser el centro termal, con la balsa dels Lladres, una piscina de agua caliente situada en el centro de la villa. Desde la atalaya que nos ofrece la roca de la Virgen podremos contemplar el entorno y la diferencia geográfica y geológica que separa las dos caras del Pirineo. La distancia en línea recta entre Puigcerdà y Acs es muy similar a la que existe entre la capital de la Cerdanya y Berga, el paisaje y el entorno de estas tres ciudades, no tanto.
Nuestra peregrinación hacia el norte sigue a través del municipio de Comuns y las gargantas de la Frau, que gradualmente se nos tragan el horizonte y nos recuerdan ligeramente como desde Bagà nos íbamos acercando a una sierra del Cadí cada vez más cercana y vertical. Cuando llegamos a nuestro destino encontramos encaramado el imponente castillo de Montsegur, en el Puig homónimo, uno de los últimos puntos de refugio y resistencia cátara, que cayó definitivamente en 1244. Los vencedores dieron 15 días a los vencidos para abandonar el castillo, pudiendo optar entre la abjuración de su fe y la hoguera. Muchos prefirieron no abjurar y fueron quemados vivos en una pira gigantesca en el prado de los Cremats. Los llamaron mártires del puro amor crestian, porque su acción representaba el sacrificio propio, en defensa de unos ideales, el mayor acto de fe posible. Este sacrificio hoy es conmemorado por una estrella al pie del monte de Montsegur. La caída de Montsegur significó la del catarismo como culto público. Por ello decenas de miles de cátaros atravesaron los Pirineos, huyendo de una represión terrible. Las ruinas del castillo que se conservan son visibles de lejos: algunos muros, la torre del homenaje y un arco empleado como defensa de la torre.