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Columna escrita por Dani Brugarolas y publicada en la revista Vèrtex, de la Federació d'Entitats Excursionistes de Catalunya (FEEC)

Principios de julio. Estamos en los Banys de Tredós, a la cabecera de la Vall d'Aiguamoix, en Arán. Últimos preparativos, sin prisa, bajo un sol, el de esta mañana metálica, bastante más alto de lo que quisiéramos. Son las ocho menos cuarto. Queremos subir hasta la Punta Innominata, entre el Portell de Colomers y el Gran Tuc, y tratar de abrir una vía de una longitud que calculamos que superará los trescientos metros, sobre placas bastante técnicas y, todo ello, hacerlo en el día.

El reloj toca las nueve y aquí no hay nadie. En el parking, ya somos un grupo de excursionistas con ganas de marcha. Somos los más madrugadores. Nadie llega antes porque antes de las nueve no hay servicio de taxis que remonten la pista que te acerca al refugio de Colomers. Y hacerla a pie, una hora a buen ritmo cargado con todos los mamotretos, desmoraliza a cualquiera.

Finalmente llega una "California". Baja un chico, nos cobra los tickets con cara de sueño y nos amontonamos, nerviosos, dentro del taxi.

Llamo y me pongo en contacto. No es que no haya servicio de taxis antes de las nueve -me dicen-. Puedes llamar uno y pedir de subir donde quieras a la hora que quieras ... El problema es el precio, más adecuado para jeques cargados de petrodólares que por excursionistas de mochila y botas desgastadas.

Esta es la tónica general. Los servicios de taxi en la Vall d'Aran o Aigüestortes contentan a los turistas que -tienen todo el derecho- quieren disfrutar de un paseo de mediodía con sabor de alta montaña. Si quieres madrugar: petrodólares o nada de nada.

La otra cara de la moneda es la suciedad. Y esta vez no podemos culpar sólo a los transeúntes de chancleta y "picnic". No. Hay varios excursionistas y escaladores que no son conscientes o no quieren serlo, del impacto que tienen cuando tiran la basura que generan a un lado y a otro sin manías.

La montaña se ensucia y si no recogemos la basura, el entorno, sucio de plásticos, papeles y envases, tiene un efecto llamada. La suciedad llama la suciedad y hay caminos que al final del verano dan pena.

El problema tiene otras vertientes que es fácil pasar por alto. Los rescates absurdos, son otra. En la montaña vamos cada día menos preparados. Y no sólo los turistas se pierden y se asustan y terminan llamando a los bomberos. Tampoco. Cada día hay más grupos de "expertos" que salen a la montaña como quien se va a hacer footing por el Parque de la Ciutadella. Y en la Pica d'Estats o en el Aneto, por poner dos ejemplos, no puedes coger un taxi para volver a casa cuando te cansas, te coge frío o te pilla una tormenta de verano.

Pero aunque esta idea parece obvia, en cambio, cada vez nos aventuramos menos preparados por encima de los 2.000 metros, sin mapa, sin el calzado adecuado, sin un simple poncho o sin un pequeño botiquín. Eso sí, el móvil y el GPS que no falten, al menos hasta que se les acabe la batería.

A primera vista parece que la forma como nos acercamos a la montaña debería ser más consciente. No sólo evitando ensuciarla sino también tratando de no perderle el respeto, siendo conscientes de los peligros y las dificultades que implica. Las instituciones también tienen un papel. No basta con quejarse y amenazar de cobrar los rescates. Hay que educar y concienciar. Si nos ponemos entre todos, quizá algún día podremos aspirar a construir una cultura de la montaña comparable a la que han alcanzado en Francia, Suiza, Austria o Alemania.

 
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